domingo, 30 de diciembre de 2012

Columnistas y peluqueros

Ha sido éste un año de cambios trascendentales. Por ejemplo, mi cambio de peluquero. El actual se llama Rocco, y me fío de su talento desde que vi con qué salero combinaba su zidanesca alopecia con unas greñitas y un cuidado ciuffo (léase chufo: flequillo-una de esas palabras de las que prefiero la versión italiana). No hablo de él sólo porque me apetecía dejar por escrito esta descripción, que también, sino porque ayer fui a verle y, entre unas cosas y otras, agotados ya los temas de conversación habituales (fútbol, mujeres, arsenales nucleares), acabamos hablando de política, y en ese contexto Rocco me expresó sus sinceros deseos de que este 2013 una plaga se lleve por delante a la clase política y, de paso, al actual gobierno, empezando por Monti. Bravuconadas como estas han sido siempre habituales, aunque me queda la duda de si últimamente lo son más: en cualquier caso la encajé como la encaja cualquier persona normal, consciente de que al peluquero uno va a que le recorten el ciuffo y no a intercambiar impresiones sobre cómo regenerar la democracia. Lo raro sería que un peluquero se expresara como un sesudo columnista, pero lo que empieza a ser menos raro es que los sesudos columnistas se expresen como un peluquero. Si la crisis está siendo dura con varios colectivos, con los columnistas está siendo sencillamente devastadora. Así, ha sido una experiencia habitual este 2012 encontrarse con columnistas que uno tenía por finos e inteligentes descolgarse con textos faltos de la más elemental ponderación, que en el mejor de los casos denotan simplismo, y en el peor una alarmante deshonestidad intelectual. Habrá que ser indulgentes: estar obligado a opinar de todo y regularmente, especialmente en la desconcertante coyuntura actual, debe ser difícil. Pero mucho me temo que, de seguir así, acabaremos prestando menos atención a nuestros columnistas que a nuestros peluqueros. Si es que no lo hacemos ya.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Joder con la naturaleza humana

La lectura del año ha sido The Blank Slate, de Steven Pinker. Tan bueno es, que debería empezar este texto imitando lo que decía Cercas a propósito de Bolaño y, si no lo han leído, decirles que dejen inmediatamente de leerme y salgan corriendo hasta la librería más cercana y que se hagan con dos ejemplares ahora mismo (uno para su inmediata lectura y uno de reserva, por si las moscas). El libro de Pinker esencialmente cuenta cómo la ciencia está cambiando nuestra visión de la naturaleza humana y el mensaje fundamental es el siguiente: no somos una tabula rasa, sino una mezcla de nature (genes, o, actualizándolo a 2012, genes y DNA no codificante) y nurture (nuestro entorno, la educación). El resultado es que nuestra naturaleza es tozudamente imperfecta, y la consecuencia política es clara: en muchas ocasiones no tendremos más remedio que encontrar compromisos entre valores, por ejemplo entre libertad e igualdad, porque nunca podremos ser como el Hombre Nuevo que anhelan los totalitarios. Y es en ese terreno donde debería situarse el debate político racional, en la búsqueda del compromiso más razonable. Pinker sostiene además que el éxito del capitalismo o de nuestros Estados de Derecho se debe a que son sistemas que tienen en cuenta nuestras imperfecciones, como nuestros impulsos egoístas o vengativos, y por eso logran compromisos mejorables, pero razonables, que los han hecho exitosos. Hasta que se nos ocurra algo mejor, o hasta que logremos entender en toda su profundidad las soluciones mágicas que nos proponen insistentemente los gurús pero que de momento - ay- nos parecen intolerablemente romas, no tenemos nada mejor para ir tirando.

Pensaba ayer en Pinker (como creo que me ocurrirá muchas veces en el futuro) mientras volvía a casa leyendo El Sueño de Celta, en concreto la parte donde se describen las atrocidades cometidas a inicios del siglo XX en la amazonia del Perú por la industria cauchera. Episodios todos ellos espeluznantes, quizás más por la credibilidad que le doy a Vargas Llosa (¿quién más creíble que un férreo defensor del libre comercio para explicarnos sus abusos?). Los relatos del terrible sufrimiento infligido a los indígenas son ejemplos de cómo se puede desenvolver el animal humano allá donde no llega la ley, o mejor, allá donde no hay contrapesos que puedan frenar nuestros peores impulsos... pues bien, en esto pensaba yo hasta que llegué a casa y abrí con indolencia de viernes la web del periódico y me encontré con que un tipo de Connecticut había matado a veinte niños, uno detrás de otro. Siete adultos, sí, pero también veinte niños. Uno detrás de otro. Ante noticias así, pensé, da igual lo aprendido leyendo a un agudo profesor de Harvard, o haber sabido gracias a un hábil novelista de las atrocidades cometidas contra los indígenas del Putumayo. Yo, al menos, no doy más que para una reflexión: Joder con la naturaleza humana.

sábado, 8 de diciembre de 2012

La página de El País siempre abierta

Concluida la reunión salimos a tomar el fresco A. y yo con N., un viejo amigo mío al que hemos ido a visitar a Lausanne. Hablamos entre otras cosas del impresionante edificio Rolex,  que según N. es una gigantesca broma de los arquitectos japoneses que decidieron darle forma de loncha de queso Emmental. Y le pregunto cómo es su vida a caballo (o más bien, en ferry) entre dos países, porque N. vive en Francia, al otro lado del lago. Me dice que en verdad está más informado de lo que pasa en España que de lo que ocurre en sus países de acogida, y le contesto que a mí me pasa exactamente lo mismo. "Como Sámuel, siempre con la página de El País abierta", interviene A., y hago notar jocosamente a N. que ha dicho El País y no El Mundo, acaso en contra de lo que pudiera pensar un silencioso lector de este blog como él (aprovecho para mandar un saludo a esa - apabullante, lo sé- mayoría silenciosa). 

Porque sigo leyendo El País, claro. Por ejemplo para cabrearme con Millás, que sigue escribiendo esas columnas campanudas suyas en las que equipara al Estado con las mafias y que está pidiendo a gritos que le organicen un encuentro con Saviano para que le explique la diferencia. O para cabrearme con un Editorial que invierte un párrafo entero en criticar el mejorable intento de Wert de corregir el absurdo lingüístico en los colegios catalanes,  olvidándose de la intolerable actitud de los partidos nacionalistas que están dispuestos a saltarse la ley con tal de mantener en pie ese absurdo (como llevan haciendo años con las sentencias del Supremo).  Pero no todo son cabreos, gracias en parte a sospechosos habituales como Savater quien, con esa combinación insuperable de ironía y ligereza suya, nos advirtió hace poco del imparable ascenso de los mentecatistas (buen nombre para una secta). O gracias a Félix Ovejero, probablemente la voz más atendible de la izquierda española (y que en Cataluña, naturalmente, apoya a Ciutadans), que hace poco recordaba razonadamente cuál es el sentido de una huelga general. En definitiva, merece la pena tener la página de El País siempre abierta, aunque sea para poder aprovechar la ocasión de comentar lo leído con N. tomando un vin chaud.