domingo, 15 de diciembre de 2013

La mafia mata sólo en verano

Se escapaba 2013 y yo estaba perdiendo la fe en el cine. Quizás les parecerá un modo un tanto efectista de empezar una entrada, pero verán que no lo es tanto. Repasemos los últimos acontecimientos:

Hace unas semanas fui a ver la aclamada Gravity y qué quieren que les diga: no sé si sería por el doblaje (algún día hablaremos de las veces que he tenido que aguantar la murga de "pero si la escuela de dobladores italianos es famosa en el mundo entero") pero fui incapaz de creerme a la protagonista, Sandra Bullock, y por extensión de atisbar las profundas corrientes sentimentales que al parecer recorren la película. A lo más que llegué fue a apreciar algunos aspectos superficiales, como su espectacular inicio y lo bien que le sientan la ingravidez y los shorts a la Bullock. Esto habría podido ser suficiente en una temporada en la que la cosecha cinematográfica estaba siendo endeble, pero tratándose del fenómeno cinematográfico del año no pude evitar sentirme decepcionado. Pero el hecho que casi dio la puntilla a mi tambaleante fe en el séptimo arte fue saber que "La Grande Bellezza" había ganado el premio a la mejor película en los recientes premios del cine europeo. "La Grande Bellezza", hay que decirlo, es como "La Dolce Vita" si multiplicamos por diez sus (ya nada desdeñables) pretensiones intelectuales mientras la despojamos de todo su encanto, algo que casi se logra sustituyendo al insuperable Mastroianni por el insoportablemente virtuoso Tony Servillo, que no puede estar más pieno di se durante todo el metraje. El resultado es un mejunje francamente infumable, y la noticia me hizo temer seriamente por la salud del cine europeo en su conjunto.

En fin, que poco menos que estaba decretando solemnemente la muerte del noble arte de Kubrick en 2013 cuando ayer F. (¡a la que no elogiamos lo suficiente en este blog!) me sugirió que fuéramos a ver "La mafia uccide solo d'estate", de la que había leído buenas críticas, incluida una de Saviano. Y, amigos, saltó la liebre. Dirigida por Pierfrancesco Diliberto (que por motivos que escapan nuestra comprensión se hace llamar "Pif") nos cuenta la historia de amor entre dos jóvenes en Palermo a lo largo de los años 70-80 con un gran sentido del humor, algo que tiene un mérito indudable porque es una historia marcada (como la vida de tantos palermitanos) por el sangriento Totò Riina.

Viendo la película se operó además un curioso efecto. Últimamente estaba abrigando la sospecha de que una obra de ficción sólo podía atraparme si el autor había planificado todo con la minuciosidad suficiente como para que no sean visibles las costuras (pienso en "Amour" de Haneke; pienso en el epílogo de "Il Nome della Rosa", donde Eco explica la preparación de su estupenda novela). Sin embargo en esta película no sólo se ven las costuras, sino auténticos costurones (por ejemplo, el niño -¡cuidado con ellos, que diría Hitchcock!- protagonista no imita a Andreotti, sino a Toni Servillo interpretando a Andreotti). Y sin embargo, logró conmoverme, quizás por la simpatía de los actores, o por el encantador acento siciliano (¡el que le puso el doblador italiano a Lancaster en "Il Gattopardo"!), o por el fresco e ingenuo sentido del humor... o porque esta película, pese a su ligereza, supone un emocionado recuerdo de muchos de los que dieron su vida en Palermo defendiendo la Ley, esa imperfecta red invisible que nos protege de bárbaros como Riina (lo que a su vez me hizo pensar en lo que ha ocurrido y ocurre en España...). Pero bueno, mejor dejarlo aquí, que un blog como éste debería tener un entrada ligera de vez en cuando. Vayan a ver "La mafia uccide solo d'estate" cuando la pasen por sus pantallas, no se arrepentirán.



viernes, 6 de diciembre de 2013

Un buen día para recordar unas cuantas cosas

Creo que es deseable que los torturadores sean perseguidos por la Justicia y castigados, pero creo que en el caso de los torturadores de la época franquista hay motivos legales y políticos que lo hacen imposible. En otras palabras: para juzgar a los que torturaron en España en los años 60-70 deberíamos renunciar a valiosos principios jurídicos y traicionar un valioso legado político.

Si he empezado con este párrafo no ha sido sólo para dejar clara mi opinión desde el principio, que también, sino para tener una prueba directa de que es posible escribir algo así sin que te estalle la cabeza. Porque siguiendo por la prensa el caso de las peticiones de extradición de (presuntos) torturadores franquistas por parte de una juez argentina, empezaba a sospechar lo contrario. El relato  que muchos izquierdistas fetén elaboran aprovechando este caso, de un modo más o menos explícito (véanse por ejemplo los comentarios a esta noticia) es el siguiente: la democracia española es una democracia incompleta porque estas violaciones de los derechos humanos quedaron impunes y, si los torturadores finalmente no son extraditados (no lo serán) y puestos en manos de la Justicia argentina, se confirmarán las simpatías franquistas del PP y España estará violando la legalidad internacional. Yo creo que este relato se debe a la ignorancia, en el mejor de los casos, o a un interés irresponsable en deslegitimar  nuestras instituciones, en el peor. En lo que sigue explico por qué.

Mi argumento es el siguiente: esas torturas no pueden ser juzgadas porque son delitos que han prescrito y que además fueron amnistiados con la Ley de Amnistía de 1977.  Este sencillo argumento es atacado siguiendo dos líneas, una (digamos) jurídica y otra política.  La línea jurídica de ataque es que "las torturas franquistas son crímenes de lesa humanidad y como tales no pueden prescribir". Esta confusión, alimentada por juristas de más prestigio internacional que nacional, se apoya en el hecho de que algunos crímenes franquistas de la Guerra Civil y la inmediata posguerra encajan sin duda en la definición de crimen contra la humanidad (si bien, al ser crímenes anteriores a esa definición, no podemos aplicársela por el principio de irretroactividad - tan popular últimamente por la sentencia del TEDH sobre la doctrina Parot). Sin embargo, las torturas franquistas en los años 60-70 difícilmente son crímenes de una gravedad suficiente como para merecer esa consideración. Para entenderlo, basta pensar que en esos mismos años ocurrieron violaciones de los derechos humanos comparables en Portugal,  Sudáfrica o en los regímenes comunistas de la Europa del Este que nadie considera crímenes contra la humanidad (distinto es el caso de lo ocurrido en Chile y en Argentina en los 70, pero es que allí fueron a una escala mucho mayor). Esta línea, en definitiva, no se sostiene.

La segunda línea de ataque, la línea política, me parece aún más discutible. Para algunos, los torturadores han de ser juzgados porque la amnistía que les ampara fue una intolerable imposición del régimen anterior y debe ser derogada. Si dejamos de lado el hecho de que incluso si dicha ley fuese derogada esos crímenes habrían prescrito, de modo que para juzgarlos habría que recurrir a la aberración jurídica de aplicar retroactivamente una extensión de su plazo de prescripción (algo que permitría también, llevando la idea al absurdo, juzgar a algún valiente abuelo que hubiera plantado cara al régimen franquista tras la Guerra Civil), para hacer esta afirmación hay que ignorar las circunstancias en las que dicha ley fue aprobada. Pero basta leer la wikipedia para saber que la Ley de Amnistía fue aprobada con un amplio consenso y con el apoyo de la mayor parte de la izquierda parlamentaria incluyendo el PCE, en un ejemplo más de su ejemplar altura de miras durante la Transición (aunque sus herederos ahora no parezcan recordarlo).  El entusiasta discurso que pronunció Marcelino Camacho en las Cortes explicando el voto afirmativo del Partido Comunista  permite entender el ánimo con el que la ley fue acogida por gran parte de la militancia antifranquista.

Así pues, derogar la Ley de Amnistía no sólo sería un ejercicio inútil para el propósito de juzgar a esos torturadores: supondría además traicionar el acto de generosidad de hombres y mujeres que sufrieron torturas y persecución pero que prefirieron sacrificar sus (comprensibles) deseos de justicia a cambio de lograr la reconciliación nacional. Fue un acto de pragmatismo, una cualidad sólo accesible para aquellos que entienden que hay ocasiones en las que sólo podemos optar por una solución que satisfaga parcialmente algunos de nuestros anhelos: quizás aquellos antifranquistas sabían más de la vida que los nuevos antifranquistas del iPad. Y gracias a esa ley se pudo construir una democracia que puede que tenga defectos, como todas, pero es totalmente homologable con el resto de las democracias europeas (algo que, amigos de la matraca de la democracia formal, no es una mera formalidad: basta repasar la evolución de todos los indicadores de desarrollo de España en los últimos 35 años). Una democracia, en definitiva, en la que ya nadie es juzgado por el bando en el que pelearon sus padres o sus abuelos, a diferencia de lo que ocurría durante los grises años de Franco. Quizás sea hoy un buen día para recordarlo.




(Cuando terminé de escribir estas líneas, con la intención de que aparecieran hoy, supe de la muerte de Mandela. Ojalá algunos de los que elogiarán hoy su imponente legado político y su lucha por la reconciliación en Sudáfrica dediquen un rato a reflexionar sobre la historia reciente de España).

sábado, 23 de noviembre de 2013

Dallas, JFK y el Museo de la Sexta Planta (notas de un cuaderno azul)

Antes de hacerme mundialmente famoso con este cuaderno, tuve unos cuantos cuadernos azules en los que descargaba mis impulsos escritores  (por entonces no conocía alivios tan fáciles como tuíster). El caso es que recuerdo que un cuaderno azul me acompañó en un viaje que hice a Dallas allá por 2008 y, aprovechando la efeméride de estos días, he decidido volver a abrirlo para ver qué me contaba por entonces. Aquí va, sin estilizar apenas (el cierre cursi no deja lugar a dudas):

Dallas tiene un downtown bastante deprimente. Es sin embargo magnífico el Sixth Floor Museum, instalado en el edificio desde donde le volaron la cabeza al presidente. Todo bien explicado, desde los inicios del presidente hasta su muerte, controversias y conspiranoia incluida. Transparencia, tolerancia, apertura a la discusión: lo mejor de EEUU.
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Es imposible no sentir un escalofrío al asomarse a la ventana que da a Elm Street, desde donde disparó Oswald.
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Será el ambiente de las primarias, pero los paralelismos entre JFK y Obama son evidentes: jóvenes, guapos, brillantes y con handicap, al menos en teoría (católico el primero, negro el segundo). Y ambos con un mensaje de esperanza y renovación.
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Cena en un restaurante típico con una banda tocando country de fondo. Ambiente entrañable. La gente tararea distraídamente las canciones, una pareja de ancianos negros baila armoniosamente, niños con calcetines blancos corretean entre las mesas, hay abrazos intensos aquí y allá, celebrando un cumpleaños o qué sé yo. Son hermosos.

(Joder, qué majete era). 

domingo, 20 de octubre de 2013

Propósito y ejecución de mis diez líneas salvajes

Tengo una memoria pésima para mis lecturas. Por ejemplo, hace poco mi hermano me dijo que andaba leyendo "El amor en los tiempos del cólera" y yo sólo acerté a decir que recordaba dos cosas: que logró conmoverme, y que en ella aparece un loro. Menudo balance.

Mi desmemoria lectora es tal que he tenido que inventarme elaboradas excusas que darme para esos momentos de desánimo en los que pienso que en verdad leo sólo por vicio. Por ejemplo, me gusta pensar que quizás las lecturas nos moldean del mismo modo que el agua da forma al caudal de un río: quizás no deje rastros evidentes, pero sí abre nuevos espacios por los que nuestros pensamientos pueden discurrir. Así, aunque pasado el tiempo no recordemos cómo acababa la pareja protagonista de Suave es la noche o seamos incapaces de reconstruir el argumento del duendecillo malvado del Discurso del Método, quizás perdure en nosotros el efecto de esas lecturas y tengamos una pizca de la profundidad psicológica de Scott Fitzgerald o del ingenio de Descartes.

Pero estas excusas me satisfacen sólo parcialmente y tampoco sirven de gran cosa cuando alguien querido me pide mi opinión sobre un libro, así que hace ya bastante tiempo decidí que debía hacer algo para intentar retener algo más de mis lecturas. Como no conozco mejor modo de fijar una idea que hacer el esfuerzo de ponerla por escrito, desde hace más de diez años (!) intento escribir diez líneas, como máximo, sobre cada libro que leo. No parecerá gran cosa, pero visto el poso que me dejó el "El Amor..." (¡para la que no escribí esas diez líneas!) creo que puedo conformarme. Además el riguroso límite de las diez líneas es últil para alguien que encuentra mucho más difícil terminar un escrito que empezarlo, como es mi caso.

Y esto he venido haciendo hasta la última novela que ha pasado por mis manos, "Los Detectives Salvajes", de Bolaño. No sé si haber escrito las diez líneas de rigor habrá servido para algo, pero al menos en este caso puedo decir que me han dado una buena excusa para escribir una página más de este cuaderno y para dejar por escrito mi agradecimiento a Aviermen y a Josepepe, que me la recomendaron. Aquí van: 


… “LOS DETECTIVES SALVAJES” de Roberto Bolaño. Leído en Milán entre Septiembre y Octubre de 2013

Bolaño te habla en la primera página del grupo del “realismo visceral” y cuando te quieres dar cuenta estás devorando páginas y compartiendo vivencias con unos jóvenes que viven y veneran las letras con un fervor radical en Mexico DF. Se cierra la frenética primera parte y seguimos a través de varios testimonios la pista de los líderes del grupo, Lima y Belano, durante décadas: esta parte deja algo desorientado al lector, quizás porque ése es el signo de una edad adulta en la que ya no tenemos ni fervores que nos guíen, pero contra la que al menos nos queda la ironía, como muestra Bolaño. Concluye la novela en el Desierto de Sonora, con el episodio que marcó la transición entre juventud y madurez -entre el frenesí y el desorden- de los realistas viscerales, y se cierra con una ventana cuyo significado quizás no entendí, ni falta que hace: es una novela única.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Contrarréplicas reales e imaginadas.

Bullían el otro día las redes sociales (o quizás fuera sólo mi TL, o quizás fuera yo el que bullía y mi TL no tuviera culpa de nada) con un interesante debate sobre los límites de la ciencia. Los antecedentes son estos: Steven Pinker publicó un estupendo ensayo breve en The New Republic, "La ciencia no es tu enemiga", sobre la necesidad de las humanidades de abrirse a la ciencia. El ensayo fue respondido en la misma revista por el crítico literario Leon Wieseltier, y me lancé a leer con avidez su respuesta al saber por el twitter de Edge que la contrarréplica de Pinker "aparecería en cualquier momento". Lo hice porque tenía tiempo libre y porque tengo la manía de intentar formarme mi propia opinión sobre cualquier asunto de mi interés si las circunstancias lo permiten, aunque sea para tirarla poco después a la papelera (cosa que ocurre a menudo y que previsiblemente ocurriría al leer lo que tuviera que responder Pinker a Wieseltier).

El prolijo texto de Wieseltier resultó tan indigesto como presagiaba el título (de dudoso gusto), "Crímenes contra las humanidades": la vieja cantinela de que hay ciertas cosas que la ciencia no puede explicar, sin entrar a discutir algo tan importante como la propia noción de explicar. El esfuerzo y las prisas, además, resultaron aparentemente inútiles porque la contrarréplica de Pinker no apareció (por motivos que desconozco). Pero finalmente sí que sirvieron de algo, porque poco después apareció en Jot Down un artículo de Cristian Campos sobre esta polémica y pude leerlo con la ventaja de haber reflexionado previamente sobre el tema. Una pieza cuyo título, también, anticipa el contenido: "El dinosaurio de las letras ya tiene su meteorito". Campos, lector apasionado de Pinker, defiende con vehemencia y profusión de argumentos (su estilo y su cadencia soltando galletas dialécticas rivaliza con la de su maestro, Espada) su cientifismo, por el cual
...tanto la religión como la filosofía, la economía o la política son prescindibles. Pura cháchara académica cuya relación con la verdad es en el mejor de los casos anecdótica. Pan y circo. Ornamentos de colores para currículums perezosos. 
Mientras leía a Cristian Campos (como siempre con una sonrisa, como siempre discrepando de él) no pude evitar recordar algunas de estas frases: 
...Como escribió Madison: "¿Qué es el gobierno en sí mismo sino la mayor de todas las reflexiones sobre la naturaleza humana?" (...) Los cerebros tras la Revolución Americana heredaron la visión trágica de pensadores como Hobbes y Hume (...) su teoría de la naturaleza humana podría haber salido directamente de la moderna psicología evolutiva (...) John Adams escribió: "El deseo de ser estimado por los otros es un deseo tan natural como el hambre. Es el principal fin del gobierno regular esta pasión". Alexander Hamilton escribió: "El amor por la fama es la pasión rectora de las mentes más nobles". James Madison escribió "Si los hombres  fueran ángeles, ningún gobierno sería necesario. Si los ángeles gobernaran a los hombres, ningún control externo ni interno sería necesario"...

...frases que he sacado precisamente de un capítulo de La tabla rasa de Pinker, donde lanza la interesante hipótesis de que los inigualados éxitos de la democracia americana (y en general de las democracias liberales) se deben a que sus diseñadores idearon un sistema de contrapesos basado en una visión bastante acertada de la naturaleza humana, capaz de prever algunas de nuestras limitaciones innatas (en el mismo capítulo también argumenta que sus fallos, que los han tenido y graves, pueden deberse a la incapacidad de los fundadores para prever otras). Una visión que, naturalmente no se basaba en la ciencia sino en una reflexión profunda sobre la sociedad y la Historia.

Así pues, creo que este fragmento permite aventurar las líneas que habría seguido la contrarréplica de Pinker, que especulo sería más moderada que la de Campos (aunque luego entendí que el meteorito del que hablaba era más reformista que aniquilador). Imagino que Pinker habría podido decir que, como muestra el ejemplo de los padres fundadores de Estados Unidos, las reflexiones de la ciencia política sí tienen un valor indudable y no es razonable pedir su demolición, sino su reforma. Una reforma que pasaría, donde fuera posible, por incorporar tanto los hallazgos recientes de la ciencia como su metodología, que es quizás donde han logrado expresarse más plenamente los ideales de rigor y honestidad intelectual que se requieren para acercarse a la verdad (que existe, sí): los mismos ideales que probablemente guiaron a Hamilton, Madison o Adams (entre otros) en sus reflexiones. Y que lo mismo puede decirse de la economía, de la historia...

Esa hipotética contrarréplica tiene una cualidad muy apreciable desde mi punto de vista y es que (¡curiosamente!) coincide plenamente con mi opinión al respecto. Y creo que la coincidencia persistirá hasta que finalmente llegue el momento anunciado por Edge, Pinker dé su contrarréplica a Wieseltier y previsiblemente esto que acabo de escribir deje de ser mi opinión y acabe en la papelera.


lunes, 12 de agosto de 2013

Turquía (y III): conexiones y desconexiones playeras.


Una de las ventajas de ir al mar en Turquía fue que resultaba realmente difícil encontrarse con un español o con un italiano. La necesidad de este doble descanso me convence de que ando cada vez más cerca de la doble nacionalidad. Pero esta es una necesidad natural en vacaciones, cuando uno necesita descansar de muchas cosas, empezando por uno mismo y ...¿qué criaturas de Dios hay que nos recuerden más a nosotros mismos que nuestros propios compatriotas? Les cuento esto porque al leer en la playa esta desconcertante columna de Enric González en la que, harto (suponemos) de sus compatriotas, se declara a favor del referéndum en Cataluña, en el que votaría por la opción unionista pese a preferir la victoria de la opción independentista (!), pensé que debía haberla escrito animado por un sentimiento similar. Así pues, creo que sólo puedo desearle a Enric unas felices vacaciones y, sobre todo, el descanso que a buen seguro necesita. Propongo como destino Turquía. 

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También desde Turquía estuve atento a lo que decía Rajoy, que al final cedió a mis presiones (y la de tantos otros tuiteros de peso)  y se decidió a comparecer para hablar de Bárcenas. De las noticias que leí entendí que hizo lo esperable: proclamar su inocencia y reconocer que en algo se equivocó depositar su confianza en el ex-tesorero. A la vuelta, sin embargo, vi que su discurso era calificado como una obra maestra por Arcadi Espada (no se pierdan la aguda lectura de Espada que hace Montano) y decidí leérmelo íntegramente.

Debo decir que el juicio de Arcadi me parece de una benevolencia sorprendente. Es comprensible hasta cierto punto que en estos tiempos justicieros una defensa de los principios del Estado de Derecho  y una cita de Bertrand Russell ("la calumnia es siempre sencilla y verosímil") puedan parecernos política de altos vuelos. Pero me parece llamativo que el autor de "Contra Catalunya" no tuviera nada que decir sobre el modo en el que Rajoy interpretó las (torpes) reclamaciones de comparecencia por parte de la oposición como amenazas irresponsables a la estabilidad nacional: como si no fuera razonable pedir al presidente del Gobierno que se pronuncie ante las graves acusaciones que ha hecho nada más y nada menos que el ex-tesorero de su partido. Y en cuanto al uso de citas pasadas de dirigentes socialistas que hizo Rajoy, citas en las que se pedía prudencia y respeto a la justicia (para casos en los que estaban involucrados socialistas, claro), a mí me sirvieron como triste recordatorio de los tiempos en los que el PP necesitaba que le recordaran ciertas cosas, y más en general de que en España el respeto por el Estado de Derecho va por rachas y por barrios. Y todo esto sin aclarar nada sobre hechos probados y controvertidos, como la extraña vinculación contractual de Bárcenas con el PP. En definitiva, fue un discurso decepcionante políticamente (como la columna de Espada) y que me hace creer menos en la inocencia de Rajoy que hace unos meses.

Qué decir de los otros. Rubalcaba insistió en el irritante error de El País y El Mundo de tomar como hechos probados lo que sólo son indicios, invalidando así sus argumentos. Rosa Díez, por su parte, por lo menos tuvo el acierto de afearle a Rajoy su "Contra España", si bien no puedo evitar caer en el mismo error que Rubalcaba unas cuantas veces: esa pulsión populista es lo que más me irrita de UPD. Las de PP, PSOE y UPD fueron las únicas intervenciones que leí: a buen seguro las intervenciones de los nacionalistas y de los ecosocialistas me habrían deparado momentos aún más inolvidables, pero el verano es corto y las lecturas pendientes, muchas.

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Habrá quien tema que ni en las playas turcas he logrado desconectar. Se equivocan, por suerte. Para desconectar me bastaba con coger mis cutregafas de nadador (las aletas y los equipos de submarinismo las dejo para los que tengan pretensiones anfibias) y echarme al agua. Hay veces que me gusta nadar buscando peces, cerca de las rocas: siempre me sorpende cómo aparecen, como materializándose exclusivamente para mí, para que yo los vea. Pero otras veces simplemente me gusta nadar hasta donde no se ve el fondo y ahí, solo, bucear y bucear hasta donde los pulmones y los oídos aguanten, un esfuerzo que no sirve más que para verse más y más envuelto en el silencioso azul: el tipo de esfuerzos inútiles que a mí me gustan.

lunes, 5 de agosto de 2013

Turquía (II): Romanos, griegos y un paréntesis aparente


Como decía un tanto elípticamente, el libro de Pamuk ha resultado una lectura un tanto indigesta, pero hay que reconocerle algunos pasajes interesantes (¡qué menos podemos esperarnos de la matraca estambulí de todo un Nobel!). En un capítulo cita al historiador del arte Ruskin, que en un tratado (¡tratado que Pamuk se ha leído!¡estos detalles son los que valen un Nobel!) intenta describir la belleza “pintoresca” frente a la belleza “clásica”, planeada: la primera es casual y aperece alrededor de las ruinas, resultado de su fusión con todo lo que la Historia ha hecho surgir a su alrededor. Pamuk creo que lo menciona a propósito de la imponente muralla de Teodosio, por la que nosotros también paseamos admirando el pintoresco espectáculo resultado de la fusión de tan imponente estructura, que acaso por su legendaria robustez las autoridades locales han decidido dejar que se defienda sola, con las desastrosas casas circundantes, algunas casi chabolas. Metiéndonos por unas callejuelas, intentando seguir el trazado de la muralla, acabamos en una zona con casas de cuatro tablones donde unos simpáticos zagales nos reciben como procede: con extrañeza por la inusual visita, con simpatía (nos presentamos educadamente dándonos la mano) y, al ver que éramos inofensivos, con ganas de tomarnos un poco el pelo. Para neutralizarlos me basta usar dos palabras mágicas: “Real Madrid”. Pero uno de ellos no se aguanta y me replica con una enorme sonrisa: “¡Barcelona!”.

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Hablando de belleza pintoresca o casual, difícilmente podrá superarse la del cielo azul de un día caluroso, de furioso ruido de cigarras, a través de las ventanas de la fachada de la Biblioteca de Celso, en Éfeso. Lo mismo puede decirse del espectáculo que ofrecen las ruinas de Priene, Afrodisia o Mileto. Viajando por la costa turca nos vamos acostumbrando a la fisionomía de los dos tipos de ciudades con las que nos encontramos, las griegas y las turcas. Unas con su acrópolis, su anfiteatro, su ágora (donde, como sabemos, los antiguos practicaban la democracia real ya) pero también con su bouleuterion (que era donde debían de practicar el lo llaman democracia y no lo es); las otras con su descuidado urbanismo de construcciones agolpadas, las efigies de Atatürk y, por supuesto, las mezquitas con sus minaretes (que apuntan al cielo como bayonetas, como bien decían los versos por los que entrullaron a Erdogan). Lo que resulta llamativo es la falta de continuidad entre ambos tipos de ciudad. Es como si en estas tierras la Historia discurrida entre los tiempos de las colonias griegas y romanas y la Turquía moderna se hubiera esforzado en no dejar huellas, a diferencia de lo que vimos en Estambul donde (¡sí, Pamuk, sí!) no se advierte ese paréntesis. Ignoramos su origen o si simplemente se debe a que no somos unos observadores lo suficientemente perspicaces.

lunes, 29 de julio de 2013

Turquía (I): Estambul


Llegada de noche a Estambul, al tradicional barrio de Sultanahmet, que esperamos encontrar tranquilo. Tendríamos razón, claro, si no fuera porque estamos en pleno Ramadán, con el consiguiente jaleo que sigue a la puesta de sol un sábado de julio como éste. Tras movernos con fatiga entre los ríos de gente, logramos dejar las maletas y darnos una vuelta alrededor de la Mezquita Azul. F. dice que el ambiente le recuerda a la Pradera de San Isidro en fiestas, y no le falta razón: vendedores ambulantes de roscas (que no sabemos si son listas o tontas), niños jugando con piedras y familias tranquilamente reunidas sobre grandes mantas, tomando el fresco con una sonrisa. Con el mérito adicional, eso sí, de aguantarse mutuamente sin una gota de alcohol.
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Primero Santa Sofía y después la Mezquita Azul. Imponentes ambas, pero viéndolas en ese orden resulta más evidente la falta de armonía de la primera, resultado de sus superposiciones cristianas y musulmanas y de la mano laica occidentalizadora que decidió que el templo se convirtiera en un museo y resultaran visibles ambas. Otro punto a favor de la Mezquita Azul es que no es un museo: hay simplemente un lugar habilitado para los visitantes, como en tantas mezquitas de la ciudad, en el que simplemente compartimos espacio en silencio con los que allí se reúnen para orar o para recostarse en un rincón fresco y sombrío. En Santa Sofía, sin embargo, todo es un ir y venir de turistas absortos en la audioguía, la lonely y el esmarfón - a la vez, en no pocas ocasiones. Refugiados del frenesí turístico mientras admiramos los espectaculares azulejos de la Mezquita, que a mí me recuerdan a los de casa de mi abuela, se entiende algo más a los religiosos. Y me pregunto si las monumentales inscripciones en árabe que admiramos, y que a nuestros ojos resultan simplemente decorativas, resultarán estridentes para algunos de los que sepan entenderlas.
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Cuando viajas, aquello que crees saber sobre un lugar adquiere una claridad nueva, unos contornos más precisos. Ahí esta la gracia de los viajes, claro. Por ejemplo viajando a Estambul uno entiende por qué llaman así al Cuerno de Oro, y lo entiende cuando se acerca el atardecer y la ciudad es bañada por una luz dorada como yo no he visto nunca en ningún sitio, una luz francamente única e inexplicable (¿qué fue de Rayleigh?). Paseando por Estambul uno se encuentra también con decenas de perros, como advierte Pamuk en su Estambul, ciudad y recuerdos, donde descubro que entre los esfuerzos modernizadores y nacionalistas de la joven República estuvo deshacerse de ellos – sin éxito, a la vista está. La sorpresa, sin embargo, es encontrarse también con gatos por todas partes. Contra el tópico, perros y gatos callejeros parecen llevar una pacífica coexistencia, que parece basarse simplemente en ignorarse mutuamente. Con es actitud quizás estén dando ejemplo a los religiosos y a los laicos de Estambul que contribuyen (cada uno a su modo) con su frenética actividad al bullicio de la ciudad sin prestarse mutuamente demasiada atención. Un frenesí, por cierto, el de la Estambul actual (en cuya silueta compiten las grúas con los minaretes) que no parece dejar lugar para esa melancolía estambuliana de la que tan insistentemente (incluso demasiado insistentemente) habla Pamuk.

sábado, 22 de junio de 2013

Una lección sobre la muchedumbre, por Juan Belmonte.




"...los públicos empezaban a cansarse de nosotros precisamente por la sensación de seguridad, de dominio y de eliminación del riesgo que habíamos conseguido dar. Esto, como digo, era todavía más grave para Joselito que para mí, porque daba aún más que yo la sensación de que toreaba impunemente (...). La gente veía que una y otra vez, y veinte, y ciento llenábamos las plazas, y como ni a Joselito ni a mí nos mataba un toro, empezó a considerarse defraudada, hiciésemos lo que hiciésemos (...)
El 15 de mayo de 1920 Joselito, Sánchez Mejía y yo toreábamos en Madrid una corrida de Murube (...) Los toros eran chicos, y los aficionados protestaban violentamente cuando aún no había empezado la lidia (...) Estábamos aquelas tarde en el patio de caballos esperando que comenzara la corrida, cuando vimos llegar a un grupo de espectadores furiosos, que, agitando en el aire sus entradas, gritaba:
-¡Ladrones! ¡Estafadores!
El grupo de los que protestaban creció y se produjo un gran tumulto, los toreros nos vimos acorralados por aquellos energúmenos que nos injuriaban (...). A Joselito, aquella agresión, aquel furioso ataque de los aficionados que le gritaban desaforadamente le produjo una gran impresión. Se quedó cabizbajo durante un largo rato, luego me llamó y me dijo:
- Oye, Juan, hace tiempo que quería hablarte de esto, y creo que ha llegado la ocasión: El público está furioso contra nosotros , y va a llegar un día en el que no podamos salir a la plaza. (...) Creo que lo mejor es que dejemos de torear en Madrid una temporada larga (...).
-Si esto sigue así, no vamos a tener más remedio (...)
- Sí, hay que irse, es lo mejor.
Estas fueron las últimas palabras que cruzamos. Al día siguiente tenía Joselito que torear otra vez en Madrid. Rompió el contrato y se fue a torear a Talavera de la Reina. Allí le tenía citado la muerte (...)
...estuve repitiéndome mil veces aquellas palabras que me golpeaban en el cráneo como martillazos:"¡A Joselito le ha matado un toro! ¡A Joselito le ha matado un toro!"(...)
¿Quién ha dicho que la muchedumbre no tiene conciencia? A raíz de la muerte de Joselito, el público fue víctima de un curioso fenómeno de remordimiento colectivo (...). El público tenía más miedo que el torero (...) Parecía como si aquellos hombres que el día antes de la tragedia de Talavera nos agredían furiosos pidiéndonos que nos dejáramos matar o poco menos, se considerasen íntimamente culpables de aquella desgracia. (...)
En el mes de septiembre dejé de torear. La falta de Joselito hacía que recayese sobre mí todo el peso de las corridas, y empezaba a sentirme agotado. Los que tan enconadamente habían disputado sobre nuestra rivalidad, no sabían hasta qué punto nos completábamos y nos necesitábamos el uno al otro. (...)"

Manuel Chaves Nogales. "Juan Belmonte, matador de toros".

sábado, 15 de junio de 2013

Pues anda que no hay cajones, Enric

La verdad es que cada día me cuesta más estar de acuerdo con lo que dice Enric González en sus columnas. No es de extrañar: cada vez e cuesta más estar de acuerdo con alguien (así, en general) y creo que seguiré por este camino hasta el glorioso día en que no estaré de acuerdo ni conmigo mismo. Esto viene a cuento de una columna suya que enlazaba el otro día Melò en Twitter. La columna empieza muy bien, constantando cómo el presunto fraude fiscal de Messi había aparecido en las portadas de todo los diarios nacionales mientras que hace exactamente un año la noticia del fraude fiscal de los Botín (bastante más abultado por cierto) fue relegada a las páginas interiores en el mejor de los casos (salvo en El Mundo). Un ejemplo de la reticencia de los periódicos a morder la mano que les da da de comer, para leerlos con escepticismo.

Pero luego González encuadra el caso en el contexto de la situación general de España y Europa, con sus problemas financieros y su incapacidad para meter en vereda a los bancos. Y vuelta al viejo mantra: "El dinero sólo manda cuando se ausenta la política". Para demostrar que la política es capaz de embridar a la banca cuando se los propone, Enric nos cita los ejemplos de Andrew Jackson, Franklin Roosevelt, e incluso Hitler y Stalin: personajes que probablemente mirarán con envidia desde el Infierno los poderes absolutos de Durao Barroso.  Habrá quien diga que esto es trampa, que a quien mirarán con envidia es a la Merkel: a esos ingenuos les recomiendo que lean el análisis de Xavier Vidal-Folch sobre cómo la canciller está lidiando con el Bundesbank, que considera su programa de austeridad demasiado laxo.

Lo considera demasiado laxo porque cree que los alemanes están poniendo demasiada pasta en los rescates, o lo que es lo mismo: que la pasta que ponen no está lo suficientemente fiscalizada. La opinión del Buba es discutible, pero revela claramente dónde está el compromiso: solidaridad interterritorial a cambio de pérdida de soberanía. Si queremos lo primero, hay que ceder en lo segundo. Desde luego tengo claro que en las próximas elecciones europeas pienso votar a quien esté dispuesto a ceder más soberanía a Europa, porque sólo así podremos construir un poder político que realmente pueda poner en orden el sistema financiero y llevar hasta donde sea preciso la solidaridad interterritorial europea: un poder político digno de acabar en el Infierno, vamos. A eso aspiran también el PP y el PSOE cuando pactan una posición conjunta ante Europa,  aunque les cueste admitirlo. 

La conformación de ese poder político depende de multitud de factores (repásenlos mentalmente, por favor) y por eso el proceso está siendo exasperantemente lento, y quén sabe si terminará algún día o si antes la UE se irá al garete. Pero respecto a la última preocupación de Enric González:
"Algún día, alguien con una idea y una voluntad poderosa subirá a un cajón (o a una red social) y empezará a hablar. En poco tiempo seremos suyos."
Puedo decir que llevamos muchos años con peña subida a sus cajones de las redes sociales y hablando sin cesar. Y de momento, por lo que veo, nadie escucha a nadie. Así que vamos tirando.

sábado, 8 de junio de 2013

Muñoz Molina

Le han dado el premio Príncipe de Asturias de las Letras a Antonio Muñoz Molina. Ya saben cómo funciona esto de los premios culturales: un grupo de sabios cuya amplitud de miras abarca el amplio panorama de las Letras un día se reúnen y deciden: a éste. Yo, que a lo más que llego es a curiosear el mundo de las Letras por una mirilla, no estoy en posición de discutir la decisión de tan notable jurado. Pero este año el premio le ha caído a un escritor que conozco y al que además he leído. Y, probablemente por esa infrecuente coincidencia, me alegro.

El caso es que Muñoz Molina me acompaña desde hace muchos años. La primera novela suya que leí fue El Jinete Polaco. Apenas recuerdo nada de ella, pero sí algunas impresiones que me dejó. Recuerdo que fue una de las primeras novelas que leí con la conciencia de leer una novela adulta. Recuerdo también que me impresionó su compleja construcción y quizás por eso durante un tiempo sólo me parecían novelas adultas las que escondían un complejo engranaje - un error, claro. Y recuerdo que me parecieron particularmente conmovedores unos pasajes sobre los campos de Jaén, en los que Muñoz Molina seguramente mostraba su particular calidez y sensibilidad para hablar de colores y texturas, quizás su cualidad más admirable.

También me acompañó durante esos años en los que leía religiosamente El País Semanal. Escribía unas columnas muy serias y muy responsables en las que hablaba de ciudadanía y de democracia, dos conceptos importantes en esos años donde pesaba tanto el terrorismo vasco. Yo, así de cretino era, me tomaba con algo de sorna tanta seriedad. De hecho, cuando Elvira Lindo empezó a escribir artículos en El País en un tono bastante más serio que el de sus simpáticas crónicas veraniegas, recuerdo haber comentado jocosamente con Aviermen que qué bien le estaban quedando las columnas de Lindo a su santo (un santo que es mi personaje de Elvira Lindo preferido, todo hay que decirlo). Sin embargo algo debieron calar las palabras del escritor; recuerdo que una de mis lecturas en París fue la de Sefarad, una de las mejores descripciones que he leído de lo que es ser un perseguido: creo que fue entonces cuando terminé de entender el sentido de aquellas columnas de Muñoz Molina. 

En los años alegres del zapaterismo le perdí la pista: fueron los años en los que dejé de leer El País en papel y resultaba más difícil encontrárselo. Sin embargo últimamente es difícil que se me escapen los posts de su blog o sus columnas de los sábados: su particular sensibilidad brilla cuando escribe sobre el cambio de estaciones en Nueva York (punzada de envidia), sobre pintura y sobre literatura. También sigue escribiendo sobre política y siempre merece la pena sopesar su opinión, siempre bien razonada y de una independencia infrecuente en España. Aunque a veces, con esto de las crisis, no puedo evitar leer con algo de sorna sus bienintencionados alegatos socialdemócratas, que encuentro a veces algo faltos de consistencia. No es descartable que de nuevo necesite unos cuantos años para terminar de entender el sentido de sus palabras.

domingo, 2 de junio de 2013

De equilibrio inestable en equilibrio inestable: un balance mourinhista

Yo sostengo que todo se jodió en enero, con la lesión de Casillas. Para explicarlo he de hablar de tensiones y equilibrios inestables, y para eso debo dar un par de saltos atrás en el tiempo.

El primero nos lleva al inicio de la temporada. Recordemos que el Madrid empezó flojeando, con algunos jugadores quizás excesivamente relajados tras el esfuerzo de la Liga de los cien puntos frente aquel Barça de Guardiola, un rodillo no tanto por el manido tikitaka sino por su modo de presionar en campo contrario y del que Messi, el jugador donde más cerca han estado de aunarse el talento de Maradona y la tozudez de Raúl, era la quintaesencia. En lugar de poner a los mismos once cabrones cada domingo, como diría Toshack, Mourinho (¡inaudita actitud!) fue sentando en el banquillo a pesos pesados que encontraba sobrados de kilos: Ramos, Di Maria, Cristiano. La tensión crecía en el vestuario, a decir de la prensa deportiva y de las sorprendentemente detalladas crónicas de vestuario de Diego Torres, a quien casi podíamos imaginar escuchando los diálogos de las duchas del Bernabéu con el arrobo del calvo de La Vida de los Otros. Mourinho sabía que el Madrid no es la RDA y por eso sospechaba que había un topo en el equipo, y el famoso comentario de la Carbonero sobre el mal ambiente en la plantilla acabó de convencerle de que la información confidencial fluía por el canal más evidente. Así pues, decidió sentar en el banquillo al capitán, que tampoco andaba fino, por motivos predominantemente extradeportivos: para Mou, había dejado de ser fiable.

Pero Casillas volvió a la titularidad, y eso pudo recomponer el ambiente del equipo. Es difícil saber lo que pasó: si Mou consideró suficiente el toque disciplinario o si encontró que Adán no estaba a la altura. Mi conjetura es que de seguir así podríamos haber acabado la temporada de modo más o menos exitoso. Pero todo se fue al garete con la lesión de Casillas, que obligó a fichar a un portero solvente y que condenó al capitán a la suplencia para el resto de la temporada. Ahora había motivos deportivos, porque López se manejó con gran solvencia y cambiarlo en abril no parecía la mejor idea del mundo, pero pesaban aún los extradeportivos: Mou no podía resistirse a la tentación de llevar la contraria a la prensa deportiva de Madrid (prensa de cromos, como vemos cada verano), que no tragaba su radical independencia y que con la suplencia de Casillas estaba desaforada. Esa suplencia fue la perturbación que marcó los dos tropiezos que acabaron de estropear la temporada. Y para explicar por qué, he de dar mi segundo salto en el tiempo.

Mi segundo salto en el tiempo es a la primera temporada de Mourinho, el día del 5-0 contra el Barcelona. El Madrid había empezado como una locomotora gracias a la mayor virtud de Mou: su capacidad para crear tensión (¡la famosa tensión competitiva!) en el equipo. Pero toda tensión implica un equilibrio inestable y esa noche los jugadores, de tensos, salieron al campo bloqueados y recibieron un sopapo que sólo nos sacudiríamos varios meses después con aquel apolíneo gol de cabeza de Cristiano, gol que supuso el primer trofeo del Madrid de Mourinho. Esa victoria creó un nuevo equilibrio, pero se trataba de un equilibrio positivo que nos llevó a ganar una Liga frenética y a rozar con los dedos la décima, que siempre pensaré que se nos escapó con aquel penalty fallado por Kakà (la cumbre de su incompetente carrera en el Madrid). Pero al estar edificado sobre la misma tensión, era de nuevo un equilibrio inestable; mi hipótesis es que la suplencia de Casillas (con todo lo que la rodeó) bastó para sacarnos de él. Un par de fluctuaciones estocásticas más, que mandaron al palo sendos tiros de Özil (dos goles que habrían podido cambiarlo todo) hicieron el resto: tropezamos contra el Dortmund y contra el Atlético.

Y así se cierra la temporada y, con ella, la etapa de Mou en el Madrid. Mou ha sido un entrenador que ha cometido errores, como aquel dedazo a Vilanova (aunque nuestro lado gamberro se descojonara cuando le llamó Pito) o sus excesivas críticas a los árbitros. Pero ha sido lo más parecido a un entrenador meritocrático y racional que recuerdo en el Madrid, capaz de lograr una regularidad en el juego del equipo (piensen en Pellegrini, en Luxemburgo, en Queiroz) que parecía imposible. Y nos ha dejado una enseñanza clara: acabar con los vicios del equipo pasa por enfrentarse con la prensa deportiva. Por eso yo, como Florentino, quería que siguiera. Pero se va, dejando un equipo con una columna vertebral sólida pero con jugadores convencidos de que no hay entrenador cuya autoridad no puedan doblegar. Una peligrosa herencia que requerirá mucha mano izquierda. Es quizás por eso por lo que Florentino parece haber decidido buscar sustituto en tierra de papables y (naturalmente) de maquiavelos.

martes, 21 de mayo de 2013

Salto transatlántico


Las dos diminutas señoras que se cuelan con calculada indiferencia en la gigantesca cola que se ha montado en el control de seguridad de Linate, famoso en el mundo entero por su lentitud. La señora irlandesa que engulle con resignación una pizza en la zona de embarque y me cuenta su viaje por enclaves medievales de la Europa continental y lo aburrida que ha acabado de esos dichosos monjes copistas, que muy creativos no debían de ser. El caballero africano de aristocrático porte con el que coincido en la conexión entre terminales, con sus gafas y su sombrero cilíndrico y su túnica blanca y plateada, como el vello de sus nudillos. La oronda india de clarísima piel cobriza y manos decoradas con henna que me hace preguntas sobre mi trabajo en el control de seguridad de Heathrow y que me dice que ha estado en Madrid, a lo que no sé qué contestar porque no sé si está aplicando el procedimiento estándar para averiguar si soy un terrorista o si está coqueteando conmigo. Las personas con las que coincido en el gigantesco salón de espera y que me ayudan a matar el tiempo intentando adivinar si compartirán salto transatlántico conmigo o no (acerté con una cuantas: el uso de chándal o de chanclas resulta ser un criterio bastante eficaz). El oficial de inmigración que pese a mi pasaporte me toma por italiano y me dice que su familia es de origen siciliano y que las playas de Sicilia son pésimas, no como las que hay cerca de Pisa (!)....

De todos ellos me habría olvidado ya si no los hubiera puesto aquí por escrito.  

domingo, 28 de abril de 2013

Félix Ovejero, la propiedad privada y el papel de las abuelas siliconadas

Por más que el capitalismo lo esté poniendo más fácil de lo normal últimamente, hay que reconocer que el nivel medio de nuestros anticapitalistas (del columnista contrastado al tuitstar emergente) es penoso. En mi caso, tanto griterío tiene un efecto contraproducente (para sus promotores); cada exabrupto antiilustrado de estos revolucionarios 3.0 me convence de que la Ilustración (¡que es donde quiero estar!) está lejos de lo que propugnan y cada tuit con soluciones milagrosas me hace un poco más indulgente con el sistema. Por eso la existencia de voces capaces de articular de un modo inteligente una crítica al actual sistema económico es tan preciosa: porque estas voces son muy escasas, y porque permiten sacudirnos nuestra indulgencia, que en general es una pésima compañera. Una de esas escasas voces es la de Félix Ovejero. Como prueba del algodón de la calidad de su pensamiento, basta notar que este profesor es de los pocos progresistas que ha sabido entender (y explicar) que desde un punto de vista de izquierdas es imposible ser comprensivo con el nacionalismo (catalán), una reflexión aparentemente fuera del alcance de muchos de nuestros anticapitalistas.  Por ese motivo sigo con bastante atención sus artículos. Incluso hace poco leí un libro suyo "Proceso Abierto: el socialismo después del socialismo", un buen análisis del núcleo esencial de las ideas socialistas (de lo que queda de ellas después de su fracaso) de la vigencia de estas ideas y de bajo qué forma pueden volver a entrar en la agenda política, con propuestas como la renta básica. Sin embargo, como se imaginarán, el libro no me acabó de convencer del todo. Sobre esto quise escribir aquí algo pero, como me ocurre habitualmente, no sabía muy bien por dónde empezar. Por suerte, el profesor Ovejero ha publicado recientemente un artículo en El País que merece un par de comentarios que van en la línea de los que habría querido hacer a propósito de su libro. Allá voy, pues.

En su artículo "¿Confiscaciones bolivarianas?" Ovejero habla de la reciente Ley Antideshaucios aprobada por la Junta de Andalucía, y de cómo ciertos opinadores conservadores se han lanzado contra ellas por las expropiaciones que prevé. Para Ovejero
..lo único claro de la reacción era su tono fanatizado. La invocación a los derechos de propiedad no se demoraba en argumentos.
Yo no sé casi nada de esta ley, ahora bien: sé que algunos opinadores no tan conservadores no han cuestionado la ley por esto, sino por su deficiente fundamentación legal, que es algo que sí debería preocuparnos. Pero esto es lo de menos. Más interesantes son sus consideraciones generales sobre la propiedad.
Los derechos de propiedad no están escritos en las tablas de la ley (...) Los derechos de propiedad no son anteriores a una estructura jurídica, a un diseño institucional, dentro del cual cobran sentido.
En esto estoy de acuerdo con Ovejero: aunque creo que los derechos de propiedad sí pudieron ser instrumentales para la libertad política (poder decir al soberano: esto es mío) y sospecho que sin aquellos ésta es imposible, creo que no están exentos de discusión dentro de un sistema democrático. Pero avanzando, ay, empiezan mis discrepancias:

Los derechos de propiedad no son otra cosa que una estructura de autorizaciones y de prohibiciones. (...)  Ser propietario de un bien supone asegurarse de que los demás no pueden usarlo.
Discrepo porque los derechos de propiedad son algo más: son el armazón de una estructura de incentivos, sobre la que se sustenta el funcionamiento del mercado. Mi derecho de propiedad sobre mi Ferrari no sólo me autoriza a utilizarlo y a usted no, sino que crea una serie de incentivos: a mí, para comprarme el coche (porque nadie lo usará sin mi permiso);  a usted, para que trabaje duro si quiere tener un coche como el mío; a los constructores de coches, porque habrá gente dispuesta a pagar por sus productos. Crea, en definitiva, las reglas del juego que determinan el funcionamiento del sistema productivo. Es de esta visión limitada de los derechos de propiedad de donde se deriva (creo) la visión de Ovejero sobre algunos defensores del mercado:
"...la pregunta es qué juego de autorizaciones y prohibiciones está justificado (...) El mercado, según algunos, cumple esa función. Las preferencias de las personas nos mostrarían lo que juzgan valioso y lo que no. Los ingresos de Belén Esteban, Pilar Rahola, Cristiano o Messi no harían más que reflejar, a través de las demandas de consumo, lo que la sociedad aprecia. (...) Si los ingresos de estas personas son cien o mil veces superiores a los de un maestro o de una enfermera es porque la sociedad valora cien o mil veces más sus talentos. (...)" 
Desde luego, yo no soy uno de esos defensores del mercado. Lo que yo piense sobre los merecimientos de Messi y Cristiano es irrelevante: para mí sus sueldos son una consecuencia del funcionamiento del mercado, que es el mecanismo que esencialmente regula la actividad productiva. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿si interviniésemos en el mercado para que sueldos como el de Messi y Cristiano no fueran posibles, cómo afectaría al sistema de incentivos que lo sustenta? ¿Aumentaría o disminuiría la producción de bienes? ¿Podríamos pagar los médicos y las enfermeras que tenemos? ¿Más? ¿Menos? Del mismo modo, es posible cuestionar las expropiaciones de la Junta de Andalucía centrándonos sólo en cómo modifican los incentivos existentes: si dificultará a la larga el acceso al crédito, a la vivienda, cómo afectará al desarrollo económico de la región... O hablando de la renta básica, proyecto del que Ovejero es defensor, cabe preguntarse si la modificación de incentivos que conllevaría una sociedad con un salario mínimo para todos los ciudadanos daría lugar a una sociedad más o menos próspera que la nuestra.

Este punto de vista es el que en mi opinión que hay que adoptar al abordar cualquier cuestión económica:  dudar de la inteligencia del Mercado o de la del Estado como dudamos de la existencia de los dioses. No abordar estas cuestiones como estériles debates de principio, sino intentar entender que el sistema económico no es sino un medio para lograr ciertos fines, por lo que sólo cabe preguntarse qué modificaciones de sus equilibrios maximizan aquello que consideramos deseable. Y estar lo suficientemente libres de prejuicios como para entender que la respuestas a estas preguntas puede contradecir nuestras intuiciones. Si como dice Le Clézio
“En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y siliconas para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”
La pregunta que hemos de hacernos no es cómo conseguir que se invierta menos en silicona y viagra, sino más en la cura del Alzheimer. No es descartable que ello pase por tener una sociedad donde también se invierta más dinero en tener abuelas de neumática delantera acosadas por priápicos ancianitos.

Si hay algo que me desespera de la izquierda es su reticencia a pisar este terreno, una reticencia confirmada en parte por esta pieza de Ovejero. Pero empiezo a sospechar que en el campo progresista algo está cambiando.

viernes, 12 de abril de 2013

Encuentro con Mendoza en Milán

Cuando llego a la sala donde tendrá lugar el encuentro con Eduardo Mendoza la mayor parte de los asientos están ocupados por venerables jubilados italianos, una simetría italoespañola más. Por suerte he logrado adelantarme a la avalancha de erasmus y similares que invadirán la sala unos minutos más tarde (los años en Milán no pasan en balde) así que logro encontrar asiento. Al poco tiempo, Eduardo Mendoza aparece flanqueado por un orondo periodista italiano, que será quien guíe con sus preguntas la conversación, por un profesor italiano de sospechosa melenita azabache y por un señor español con cara de agregado cultural. Este último toma la palabra para hacer, como procede, una introducción muy elogiosa y muy superficial del escritor, durante la cual Mendoza no pierde la sonrisa con la que ha aparecido en la sala, esa sonrisa guasona pero a la vez inocente que se le agazapa bajo el bigote y con la que aparece en las solapas de sus libros y en los periódicos.

Concluida la introducción, Eduardo Mendoza toma la palabra en español (un alivio, porque no habría soportado a Mendoza en itañol) y lo hace con un "inciso protocolario" de agradecimiento a sus anfitriones; basta la precisión de su expresión para recordarme la del innombrado protagonista de su descacharrante serie detectivesca, esa por la que soy un incondicional suyo y cuya última entrega, "El enredo de la bolsa y la vida", traigo conmigo. Me entero poco después que de que el encuentro  sirve para presentar la reciente traducción al italiano de esta novela, a cargo del profesor de peinado persa. Guiado por el dicharachero periodista, Mendoza habla de la inspiración que supusieron los cómics de su infancia, plagados (hasta que llegó Superman, cuya fascinación aún recuerda y sobre quien querría escribir algo) de personajes de verbo florido a los que todo les salía mal. Un poco como le pasa al protagonista de su novela, el investigador accidental salido de un psiquiátrico, un loco entre cuerdos que muchas veces se siente como un cuerdo entre locos, como se sintió el propio Mendoza cuando volvió desde Nueva York a la despendolada Barcelona de los años de la Transición. Habla también de su inconfundible sentido del humor y de cómo sus ocurrencias surgen naturalmente y que hasta él mismo se ríe con ellas, pero reconoce que la tarea de ponerlas por escrito es un asunto más serio y más sufrido porque el humor, dice, exige la precisión de un reloj suizo. Y explica que en su tarea le ayudan un puñado de lectores de confianza a los que pasa la novela cuando está terminada para que le digan si algún chiste falla o si hay algún pasaje que se podría mejorar: una confesión de este tipo en las letras españolas se la recuerdo sólo a  César Vidal, o no. El traductor toma entonces la palabra para explicar sus dificultades para traducir el peculiar humor del barcelonés, en particular los nombres de los personajes. Se ve que el asunto le ha costado unas cuantas canas (contra las que sin duda ha luchado afanosamente): que su italianización más lograda sea la de Ali Aaron Pistolino por Ali Aaron Pilila muestra que el resultado es desigual, aunque reconozco que la tarea no era fácil (no  quiero imaginar por lo que pasó quien tuvo que italianizar al Gumersindo Marranón de 'Riña de gatos').

Avanzando en la charla se toca el tema de la crisis, algo que me sorprende menos y no sólo porque estemos todo el puñetero día hablando de la crisis, sino porque el título del encuentro era, precisamente,  'La novela en tiempos de crisis'. Aquí por un momento el semblante de Mendoza se vuelve más serio: explica que escribió una novela ambientada en una Barcelona en crisis cuando ésta apenas estaba empezando (eso entonces no lo sabíamos) y no podía imaginar que se agravaría tanto. Parece casi arrepentido de haberlo hecho y dice estar muy preocupado por la situación actual, ante la cual se confiesa perplejo: dice que en los últimos años sólo ha crecido en su perplejidad y que ya le gustaría saber cómo salir de esta. Y que por eso, a diferencia de otros escritores que cultivan el género detectivesco como excusa para explicarnos las contradicciones del capitalismo (la frase, naturalmente, es mía), él no pretendía en absoluto dar claves sobre tan complejo asunto con su novela. Como cabía esperar de él,  añade que en su opinión el humor no sirve absolutamente para nada frente a la crisis, ni siquiera como herramienta crítica. Pese a todo, sus contertulios intentan encontrar algún trasfondo político en la aparición de Angela Merkel en la novela, intento que Eduardo Mendoza despacha diciendo que la elección fue por motivos puramente literarios. De hecho,  evocando con gracia el episodio en el que la Merkel se encuentra con su ex-novio español, Mendoza logra arrancar las últimas cacajadas del personal. Con una sonrisa de oreja a oreja le ovacionamos ruidosamente al concluir el acto.

El escritor se queda entonces para firmar libros y decido que esta es una buena ocasión para, por primera vez en mi vida, pedir a un autor que me firme su libro, algo que nunca había hecho por una mezcla de altivez y timidez (si es que ambas cualidades no están mezcladas ya) y porque siempre me había parecido algo cursi. Como hay unas cuantas personas delante de mí, aprovecho para pensar en qué le quiero decir en tan especial ocasión - soy muy de ensayar mentalmente mis parlamentos importantes- y decido que le daré las gracias por dos motivos y le haré una pregunta. Llegado mi turno Mendoza me recibe con una sonrisa, si bien advierto en sus ojos el destello de preocupación del escritor experimentado que ha intuido que soy un pelma de los que se preparan los parlamentos. Ya que voy a hacer algo tan cursi como pedirle que me firme su libro, decido cursilear al máximo y para empezar le doy las gracias por sus novelas, con las que me lo he pasado tan bien ("me lo he pasado pipa", me escucho decir con horror). Noto que la sonrisa persiste pero que el destello de preocupación en su mirada va en aumento, y me doy cuenta de que me he apoyado demasiado en su mesa y estoy comenzando a desplazarla, cosa que logro corregir a tiempo. Recuperada la compostura, la segunda cosa que le quiero agradecer, digo, es que haya dicho que en estos años de crisis ha crecido su perplejidad, porque a mí me pasa lo mismo y reconforta saber que es algo que puede ocurrirle hasta a alguien como él. Mendoza asiente y reitera que sí, que está muy perplejo ante todo lo que está ocurriendo. Entonces le alcanzo el libro y le pido que me lo firme (evito decir "que me lo dedique")  y aunque no quiero mirarle directamente mientras escribe, porque me parece descortés, me parece notar que se toma unos segundos para pensar qué escribir. Entonces caigo en que se me había olvidado la pregunta: si le tienta volver a escribir columnas, aunque sea para intentar sacarnos a todos un poco de nuestra perplejidad o para plasmar las suyas. Me dice que no, que le daría mucha pereza. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no dar nombres le digo que es una pena  porque se le echa mucho de menos en las contraportadas de El País. Le doy las gracias y le dejo atendiendo al resto de personas cuyas miradas me llevo clavadas en la nuca.

Salgo a la Via Dante y antes de tomar el tranvía me paro para abrir el libro y ver qué ha escrito. Como he dicho, era la primera vez que pedía que me firmasen un libro y decido que será la última, porque es difícil que otro escritor pueda superar esta dedicatoria.



sábado, 6 de abril de 2013

Segundo aniversario y Greatest Hits del cuaderno.

Hace ya dos años (¡dos años!) que abrí este cuaderno en el que escribo intermitentemente. Empecé glosando un pase de Seedorf y en la última entrada hablo de la existencia de Dios, así que está quedando de lo más variado. Variadas son también las entradas que, por distintos accidentes, han recibido más visitas (no demasiadas pero bastantes más que lectores asumo que tiene este blog). Mis Greatest Hits, vamos:


1. Los ricos son más ricos. Los pobres, también, donde se advierte claramente que mi caída al lado oscuro es inminente.

2. Una renuncia inexplicable, donde queda patente que pese a estar a punto de echarme a los brazos de Darth Vader, en el fondo soy un ingenuo y cuento con que algún día cierta izquierda empiece a usar la lógica.

3. Bersani - Renzi a vuelapluma donde contaba las primarias del PD pensando que en ellas se dirimía quién sería el próximo primer ministro de Italia. Un ingenuo, lo dicho.

4. La ficción y yo, donde explico por qué leo menos novelas, aunque el verdadero motivo por el que leo menos de todo seguramente sea el jodío tuíster.

5. Aviermen nos habla de las desigualdades, donde mi buen amigo y sin embargo lector aviermen hacía unas importantes matizaciones a lo afirmado en mi Greatest Hit. 

Aquí los dejo, y de paso les agradezco que se dejen caer de vez en cuando por aquí. Nos vemos por aquí, de cuando en cuando, irregularmente. Como siempre. 

martes, 19 de marzo de 2013

Réplicas trascendentes

Por increíble que parezca, en Italia también fue posible seguir la elección del nuevo Papa. Aunque no soy socio de ese club, seguí el evento con cierto interés: un poco porque creo que algo nos va a todos en la elección de quien estará al frente de una institución tan poderosa, y un poco porque creo que es inevitable sentirse atraído por un espectáculo tan solemne, pese a su punto pomposo y algo 'kitsch', como bien adjetivó Montano.  No sólo he seguido el evento, claro, sino que también he tenido tiempo de deternerme a leer lo que se decía en las páginas de análisis de los periódicos, que estos días se han visto invadidas por artículos de temática religiosa, por llamarlos de alguna manera. La mayor parte de ellos versa sobre si la Iglesia debe tomar tal o cual rumbo, asunto sobre el cual me siento tan legitimado para opinar como sobre la política de fichajes del Fútbol Club Barcelona. Pero estos días también es inevitable ponerse un poco místico, y por eso han aparecido otros de índole más trascendente. Y esos a mí, que soy  moderadamente aficionado a las especulaciones teológicas, son los que más me interesan. Entre otras cosas porque, al igual que el Papa (o eso dicen), soy un poco borgiano, es decir, admirador de Borges - con un Papa de por medio hay que aclararlo para evitar equívocos.

Ha habido alguno notable, como el de Félix Ovejero, quien antes del cónclave se dedicó a desentrañar los truquillos filosóficos del Papa saliente para que los del nuevo Papa no nos pillen desprevenidos. Pero también ha habido notables patinazos. Por ejemplo el del abogado Ruiz Soroa (autor por lo general de artículos de lo más razonables), quien poco menos que viene a decirnos que, dado que nadie ha podido probar como un teorema o entre probetas que la democracia es un sistema de gobierno bastante decente, ésta está basada en mitos como la dignidad del hombre (como si la Biología y la Psicología no nos hubieran enseñado nada sobre nuestras comunes capacidades de sufrir y gozar, como si la Historia y la Ciencia Política no nos hubieran enseñado nada sobre cómo organizar una sociedad donde la vida merece la pena ser vivida). Y hace pocas horas ha vuelto a las andadas Arcadi Espada, punta de lanza del ateísmo patrio, declarándose molesto porque un físico ha dicho que 'la ciencia no podrá ofrecer nunca respuestas a las cuestiones religiosas' (no deja de sorprenderme que esto siga siendo noticioso, cuando casi me parece más noticia encontrar a un científico que defienda que la Ciencia puede dar respuesta a esas preguntas). Entiendo que Espada considere que es mejor manejarse por la vida como si no hubiera Dios (le entiendo tanto...¡que yo mismo lo hago!) pero eso no nos dice nada acerca de su existencia.  Por cierto que más cerca de sacarme de mi agnosticismo ateizante estuvo Tsevanrabtan, que hace no mucho se nos declaró ignóstico (decubriéndonos de paso el término). Pero su postura tampoco me acaba de cuadrar: que haya definiciones de Dios no falsables lo que prueba precisamente es que la Ciencia, donde la falsabilidad es un criterio supremo, no tiene nada que decir al respecto...

Ya ven, he empezado con la elección del Papa y he acabado hablando de la existencia de Dios. No sabe nada la Iglesia.

jueves, 28 de febrero de 2013

Elecciones italianas (IV): posibilidades después del "tsunami"

Si hubiera dejado por escrito mi pronóstico para las elecciones, como era mi intención tras el cierre de la campaña electoral, no habría dado ni una (no les sorprenderá). Nunca habría pensado que la coalición electoral berlusconiana habría disputado la mayoría al PD, mucho menos en el Congreso. Tampoco me habría jugado un euro a que Grillo superaría el 20 %, ni siquiera tras ver su demostración de poderío el pasado viernes en Piazza San Giovanni (foto). Ni por asomo habría podido prever (ah, el wishful thinking)  que la política de responsabilidad del PD en los últimos meses habría costado tantos votos a Bersani. Y si hubiera hecho un pronóstico hace un mes difícilmente habría dado a Monti un mísero 10 %. Mis pronósticos han fallado estrepitosamente y el resultado, a mi pesar, es una Italia ingobernable. Pero también veo que estos desastrosos resultados abren algunas posibilidades que pueden resultar interesantes, al menos para mí, personalmente. Para explicarlo, permítanme una disgresión.

Aunque esto de opinar sobre política (sí, amigos) no sea más que un hobby, como para otros lo son la filatelia y la colombofilia, hace tiempo que creo que sólo merece la pena hacerlo con un mínimo de seriedad: el que marca tener en cuenta verdaderamente qué ocurriría si el propio criterio se impusiera en la realidad. Creo que es un buen modo de acercarse con algo de honestidad intelectual a estos asuntos, y de obligarse a abarcar en lo posible todas las dimensiones de un determinado problema. Esta premisa puede parecer trivial por universal, pero creo que no lo es tanto, es más: sospecho que la mayoría no se la aplica ni de lejos, y tengo varias razones para creerlo, que paso a citar mientras esquivo los tomatazos. Por ejemplo, conozco de primerísima mano a alguien que se dedicó a opinar bastante tiempo saltándose en lo esencial esta premisa: yo mismo. Por otro lado, creo haber leído a suficientes sabios como para captar la particular consistencia que adquiere una opinión cuando su autor ha considerado con seriedad los diversos ángulos de aquello sobre lo que opina, y mi impresión es que la mayoría de las opiniones que circulan por ahí son de otra pasta. Y, sobre todo, creo que la mayoría se salta esta premisa porque hacerlo tiene el premio gordo de evitar una verdad de lo más incómida: que existen asuntos en los que sólo es posible un mal menor, o un compromiso imperfecto entre nuestros valores. Vivir de espaldas a esta verdad debe de resultar tan reconfortante como la fe para los religiosos;  así, por poner un par de ejemplos recientes, uno puede indignarse a fondo porque un terrorista ultra haya colaborado con la policía tras su condena, obviando que quizás casos así sean el peaje que paga una sociedad que aspira a la reinserción de sus presos, o puede darse el gusto de pedir que rueden cabezas por los deshaucios que afectan a tantas familias humildes, sin considerar que quizás prohibirlos podría tener consecuencias aún más funestas para otros más humildes aún. Ya, ya sé que mi punto de vista tiene un punto arrogante, que puede ser simplemente una rebuscada excusa para el conservadurismo, o para ser indulgente con ciertas injusticias. Es posible. Pero en estos tiempos de incertidumbre, en el que problemas enormes atenazan Europa, pocas cosas me gustarían más que participar en la gran fiesta de los que nos explican a voces que serían capaces de resolverlos con su varita mágica, con un puñado de ideas simplonas pero seductoras porque son intuitivas a primera vista, una fiesta que tuvo su momento álgido en España el 15-M. Pero, ay, lamentablemente la música que suena en su guateque no me convence.

Todo esto viene a cuento del "tsunami" italiano, de la irrupción del Movimiento Cinco Estrellas de Grillo. Aunque me consta que hay motivaciones de todo tipo tras esos votos (el infantil voto de protesta, ya se sabe), muchos han votado a Grillo porque realmente creen que sus recetas son válidas, como seguramente lo creen los miembros del Movimiento Cinco Estrellas que en unos días se sentarán en el Congreso y el Senado italianos (quizás los representantes que más se parecen a sus representados). Se abrirán entonces varias posibilidades. Una es que Bersani y Berlusconi lleguen a un acuerdo de mínimos muy mínimos que deje a i grillini fuera del juego político y por ello de las responsabilidades, aunque veo difícil que Italia pudiera aguantar mucho tiempo así: en ese caso habría pronto nuevas elecciones y muy posiblemente en ellas los Cinco Estrellas se harían con el poder. Otra posibilidad es que empiecen a participar en la toma de decisiones. Y ahí será interesante ver si los muchachos del Movimiento Cinco Estrellas me dan la razón y corrigen sus propuestas más descabelladas, al descubrir que éstas sólo pueden funcionar en la particular realidad que dibuja el cómico genovés en sus monólogos. También es posible que logren imponer el grueso de su disparatada agenda más o menos intacta. Entonces creo que asistiríamos al desastre, o en el mejor de los casos a su rápido hundimiento político. Pero no descarto estar totalmente equivocado, así que también es posible que los hechos me demuestren que esas ideas que me parecían demasiado simplonas (quizás por ser intuitivas) realmente son capaces de resolver los graves problemas de Italia y de Europa. Entonces se me caerá la venda de los ojos, reconoceré que estoy equivocado y sin duda me uniré con gusto a esa fiesta cuya música nos lleva dando la tabarra desde hace tanto tiempo, la fiesta de los que saben cómo arreglar el mundo.

lunes, 18 de febrero de 2013

Despedida de Don Fabrizio

Me sucede últimamente que termino un libro y, si me ha gustado mucho, me paso una temporada sin abrir otro. Son estos silencios lectores una especie de luto, y no sólo porque la experiencia de encontrar un libro capaz de entusiasmarme sea cada vez más rara (que también): en realidad son un esfuerzo por preservar los recuerdos que el libro me ha dejado de la erosión que les causaría el torrente de una nueva lectura, un intento -en definitiva-  de retrasar la tenaz labor de la desmemoria. Pues eso es exactamente lo que me ha pasado con Il Gattopardo. Cerré el libro de Tomasi di Lampedusa hace unas semanas y no he vuelto a abrir otro, entre otras cosas porque no quiero que se difumine la sensación de estar en compañía de la familia del Gatopardo, los Salina, capaz de mantenerse incólume aunque al otro lado de los muros de su villa aceche la apabullante naturaleza siciliana, o unos tipos con camisa roja que están cambiando el mundo (en algo así debió consistir ser un aristócrata). Tampoco quiero olvidar el agudo relato lampedusiano de cómo Sicilia pasó a formar parte del nuevo Reino de Italia, apenas unos trazos que nos recuerdan que cualquier gran evento histórico encierra una complejidad que es difícil de abarcar, aunque los libros de Historia nos creen la ilusión de lo contrario. Y, sobre todo, no quiero olvidar la imagen que la novela nos deja de su protagonista, Don Fabrizio, El Gatopardo. Con su temperamento bonachón, pero enérgico y autoritario y algo golfo (quizás obligado por su posición); con su ironía (que es la ironía de su autor) y, sobre todo, con su visión desapasionada y racional del mundo, un mundo de pasiones menores que en el fondo le aburre y que sólo puede ofrecerle placeres efímeros, no como la astronomía y matemáticas con las que atisba bellezas eternas. Un personaje inolvidable, en suma, con una mezcla de cualidades levemente contradictorias, que es lo que se requiere para lograr algo tan difícil como que sea verosímil y además tenga encanto.

Pero hace falta algo más para que una novela logre la altura de Il Gattopardo. Hay quien sostiene que la novela de Tomasi di Lampedusa es una novela sobre la muerte, porque Don Fabrizio empieza a ser verdaderamente consciente de que su tiempo se acaba cuando constata que el mundo avanza sin su permiso y que no le deja más opciones que adaptarse a él: quizás por tratar magistralmente un tema tan universal esta obra, pese a ser relativamente reciente, es considerada un clásico. Pero yo creo que la novela encierra un tema aún más cálido, más humano y por ello aún más universal si cabe. Algo que está cifrado en la mirada que Burt Lancaster, interpretando a Don Fabrizio, dedica a Alain Delon, quien encarna al ambicioso sobrino Tancredi, de quien oímos por primera vez la frase más famosa de la novela. Una mirada por la que perdonamos a Visconti que eligiera a un yanqui para interpretar a un príncipe siciliano y que por sí sola justifica la adaptación cinematográfica, la mirada que un padre cualquiera dedicaría a su hijo aunque ese hijo no sea verdaderamente suyo (y de esto di Lampedusa, padre adoptivo, debía saber un rato), una mirada con la que el príncipe Don Fabrizio dice a su sobrino: "aquí te dejo el mundo, hijo mío, yo ya me estoy yendo de él: en tus manos queda, y es justo que así sea". Echaré de menos esa mirada del Gatopardo.






domingo, 3 de febrero de 2013

Elecciones italianas (III): Diciendo lo que algunos habrían querido escuchar a Rajoy

Ah, si palabras como estas hubieran salido de la boca de Rajoy ayer ...

"...Sin embargo sentimos que con todo lo que ha pasado y está pasando es necesario algo más. Es necesario, cómo decirlo, un acto de sutura, un acto de acercamiento, un acto que rehaga las costuras civiles, un acto de paz del Estado y del Fisco hacia nuestras familias; diría un acto simbólico, pero concretísimo, que abra una página nueva, que vuelva a dar la confianza de los ciudadanos en el Estado. Que consienta, es decir, instaurar una nueva relación entre el Estado y sus ciudadanos. Algo que he escrito aquí, después de habérmelo pensado, de haber pensado en lo que es verdaderamente necesario para nuestro país, un acto que permita un nuevo inicio..."

Pero no fue así, para decepción de muchos. Estas palabras, capaces de llenar a cualquier organismo sensible de una democrática emoción regeneradora,  son las que ha utilizado Berlusconi para hacer un anuncio de gran calado: que la primera medida de su gobierno sería devolver el importe del impuesto sobre la primera vivienda pagado en 2012. Un impuesto similar a otro que él mismo abolió hace años para cumplir con una promesa electoral de última hora, ocurrencia que (en opinión de muchos) le dio su última victoria electoral. Un impuesto que naturalmente Monti tuvo que reestablecer de urgencia para evitar el colapso de las deterioradas cuentas públicas italianas.

"...vuestros aplausos, vuestra standing ovation, demuestran que habéis entendido bien..."

Claro, don Berlusconi. Hace tiempo que le entiendo perfectamente. Pero yo escribo con un pie aquí y otro en España, y no puedo evitar preguntarme si  quienes echaron de menos afirmaciones tan campanudas como las suyas ayer, en la comparecencia de nuestro gris presidente del Gobierno, saben realmente lo que desean.

sábado, 2 de febrero de 2013

Desafiando mi infalibilidad con Rajoy

Cuando abrí este blog pensaba encabezarlo con una estupenda frase que Orwell soltaba de pasada en uno de sus artículos "As I please". El caso es que no la recordaba literalmente y, por pereza, no la busqué. Sin embargo el otro día, siguiendo un enlace de un amigo a una vieja entrada en su blog, me encontré en los comentarios  con unas predicciones que hice sobre el gobierno de Zapatero allá por 2010 que resultaron estrepitosamente desacertadas, y me animé a buscarla de nuevo;  la frase explica por sí sola el porqué: "One way of feeling infallible is not to keep a diary". Era la frase ideal para encabezar este blog, porque sabía que cada entrada, ante todo, se convertiría con el tiempo en un desafío al sentimiento de infalibilidad que es fácil experimentar cuando sólo registramos nuestras opiniones en un material tan maleable como nuestra memoria; es una condena, sí, pero también es un acicate para intentar escribir con rigor, que es el único modo en el que vale la pena hacerlo. Veremos cómo trata el tiempo a lo que voy a escribir a continuación.

Dos días después, intolerablemente tarde para los que creen que los gobiernos deberían actuar siguiendo los trending topics, habló Rajoy sobre los presuntos sobres de Bárcenas. El asunto es bien conocido: El País había publicado unos supuestos documentos del ex-tesorero del PP, de los que se deducía que el partido había recibido sumas de dinero de diversas fuentes, que en la mayoría de los casos supondrían financiación ilegal, y lo que es igualmente grave: que ese dinero había sido distribuido en forma de sobres (de dinero negro) a varios dirigentes del partido, incluido el propio Rajoy.

Pues bien, hoy Rajoy ha dicho que todo esto es falso. Por supuesto, la palabra de Rajoy no basta, pero no había mucho más que el presidente del gobierno pudiera decir. Personalmente yo no sé qué creer, la verdad. Por un lado, no me fío ni un pelo de un partido cuyo tesorero, una figura que no es precisamente la del conserje,  estuvo mandando centenares de miles de euros a una cuenta secreta en Suiza durante muchos años. Y es difícil imaginarse a alguien inventándose una contabilidad falsa del Partido Popular. Pero por otro lado Rajoy me ha parecido convencido de sus afirmaciones (creo que hoy ha batido su récord negativo de tics por minuto en una comparecencia). Y hay algo en lo que estoy de acuerdo con él: todo está por probar. Ha anunciado medidas y ha concretado sólo unas pocas, como la de mostrar sus declaraciones de la renta, que por sí solas no sirven para demostrar si recibió pasta en negro (por definición), pero que complementadas con su declaración de patrimonio algo de información darán. Parece que ya ha habido una auditoría interna, pero esto me parece insuficiente: este asunto sólo podrá aclararse a través de una investigación judicial, que apuesto a que se abrirá en breve (lo contrario me parecería muy grave). En ella presumiblemente participarán unos tíos especializados en delitos financieros, que seguramente saben cómo detectar los movimientos de dinero negro mucho mejor que todos los que estamos opinando desaforadamente sobre este tema, y que se dedicarán a analizar la veracidad de los documentos que publicó El País. Sólo cuando sepamos si esos documentos son verdaderos podremos saber si el Partido Popular ha delinquido y pedir dimisiones y demás, porque para mí está claro que de ser cierto todo esto el presidente debería dimitir y convocar elecciones. Hasta entonces, como ocurre en los países civilizados, habrá que respetar la presunción de inocencia y la acción de la Justicia. Que es lo que seguramente haremos la mayoría porque, en contra de lo que podamos creer, el Pueblo no es Twitter.