lunes, 12 de agosto de 2013

Turquía (y III): conexiones y desconexiones playeras.


Una de las ventajas de ir al mar en Turquía fue que resultaba realmente difícil encontrarse con un español o con un italiano. La necesidad de este doble descanso me convence de que ando cada vez más cerca de la doble nacionalidad. Pero esta es una necesidad natural en vacaciones, cuando uno necesita descansar de muchas cosas, empezando por uno mismo y ...¿qué criaturas de Dios hay que nos recuerden más a nosotros mismos que nuestros propios compatriotas? Les cuento esto porque al leer en la playa esta desconcertante columna de Enric González en la que, harto (suponemos) de sus compatriotas, se declara a favor del referéndum en Cataluña, en el que votaría por la opción unionista pese a preferir la victoria de la opción independentista (!), pensé que debía haberla escrito animado por un sentimiento similar. Así pues, creo que sólo puedo desearle a Enric unas felices vacaciones y, sobre todo, el descanso que a buen seguro necesita. Propongo como destino Turquía. 

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También desde Turquía estuve atento a lo que decía Rajoy, que al final cedió a mis presiones (y la de tantos otros tuiteros de peso)  y se decidió a comparecer para hablar de Bárcenas. De las noticias que leí entendí que hizo lo esperable: proclamar su inocencia y reconocer que en algo se equivocó depositar su confianza en el ex-tesorero. A la vuelta, sin embargo, vi que su discurso era calificado como una obra maestra por Arcadi Espada (no se pierdan la aguda lectura de Espada que hace Montano) y decidí leérmelo íntegramente.

Debo decir que el juicio de Arcadi me parece de una benevolencia sorprendente. Es comprensible hasta cierto punto que en estos tiempos justicieros una defensa de los principios del Estado de Derecho  y una cita de Bertrand Russell ("la calumnia es siempre sencilla y verosímil") puedan parecernos política de altos vuelos. Pero me parece llamativo que el autor de "Contra Catalunya" no tuviera nada que decir sobre el modo en el que Rajoy interpretó las (torpes) reclamaciones de comparecencia por parte de la oposición como amenazas irresponsables a la estabilidad nacional: como si no fuera razonable pedir al presidente del Gobierno que se pronuncie ante las graves acusaciones que ha hecho nada más y nada menos que el ex-tesorero de su partido. Y en cuanto al uso de citas pasadas de dirigentes socialistas que hizo Rajoy, citas en las que se pedía prudencia y respeto a la justicia (para casos en los que estaban involucrados socialistas, claro), a mí me sirvieron como triste recordatorio de los tiempos en los que el PP necesitaba que le recordaran ciertas cosas, y más en general de que en España el respeto por el Estado de Derecho va por rachas y por barrios. Y todo esto sin aclarar nada sobre hechos probados y controvertidos, como la extraña vinculación contractual de Bárcenas con el PP. En definitiva, fue un discurso decepcionante políticamente (como la columna de Espada) y que me hace creer menos en la inocencia de Rajoy que hace unos meses.

Qué decir de los otros. Rubalcaba insistió en el irritante error de El País y El Mundo de tomar como hechos probados lo que sólo son indicios, invalidando así sus argumentos. Rosa Díez, por su parte, por lo menos tuvo el acierto de afearle a Rajoy su "Contra España", si bien no puedo evitar caer en el mismo error que Rubalcaba unas cuantas veces: esa pulsión populista es lo que más me irrita de UPD. Las de PP, PSOE y UPD fueron las únicas intervenciones que leí: a buen seguro las intervenciones de los nacionalistas y de los ecosocialistas me habrían deparado momentos aún más inolvidables, pero el verano es corto y las lecturas pendientes, muchas.

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Habrá quien tema que ni en las playas turcas he logrado desconectar. Se equivocan, por suerte. Para desconectar me bastaba con coger mis cutregafas de nadador (las aletas y los equipos de submarinismo las dejo para los que tengan pretensiones anfibias) y echarme al agua. Hay veces que me gusta nadar buscando peces, cerca de las rocas: siempre me sorpende cómo aparecen, como materializándose exclusivamente para mí, para que yo los vea. Pero otras veces simplemente me gusta nadar hasta donde no se ve el fondo y ahí, solo, bucear y bucear hasta donde los pulmones y los oídos aguanten, un esfuerzo que no sirve más que para verse más y más envuelto en el silencioso azul: el tipo de esfuerzos inútiles que a mí me gustan.

lunes, 5 de agosto de 2013

Turquía (II): Romanos, griegos y un paréntesis aparente


Como decía un tanto elípticamente, el libro de Pamuk ha resultado una lectura un tanto indigesta, pero hay que reconocerle algunos pasajes interesantes (¡qué menos podemos esperarnos de la matraca estambulí de todo un Nobel!). En un capítulo cita al historiador del arte Ruskin, que en un tratado (¡tratado que Pamuk se ha leído!¡estos detalles son los que valen un Nobel!) intenta describir la belleza “pintoresca” frente a la belleza “clásica”, planeada: la primera es casual y aperece alrededor de las ruinas, resultado de su fusión con todo lo que la Historia ha hecho surgir a su alrededor. Pamuk creo que lo menciona a propósito de la imponente muralla de Teodosio, por la que nosotros también paseamos admirando el pintoresco espectáculo resultado de la fusión de tan imponente estructura, que acaso por su legendaria robustez las autoridades locales han decidido dejar que se defienda sola, con las desastrosas casas circundantes, algunas casi chabolas. Metiéndonos por unas callejuelas, intentando seguir el trazado de la muralla, acabamos en una zona con casas de cuatro tablones donde unos simpáticos zagales nos reciben como procede: con extrañeza por la inusual visita, con simpatía (nos presentamos educadamente dándonos la mano) y, al ver que éramos inofensivos, con ganas de tomarnos un poco el pelo. Para neutralizarlos me basta usar dos palabras mágicas: “Real Madrid”. Pero uno de ellos no se aguanta y me replica con una enorme sonrisa: “¡Barcelona!”.

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Hablando de belleza pintoresca o casual, difícilmente podrá superarse la del cielo azul de un día caluroso, de furioso ruido de cigarras, a través de las ventanas de la fachada de la Biblioteca de Celso, en Éfeso. Lo mismo puede decirse del espectáculo que ofrecen las ruinas de Priene, Afrodisia o Mileto. Viajando por la costa turca nos vamos acostumbrando a la fisionomía de los dos tipos de ciudades con las que nos encontramos, las griegas y las turcas. Unas con su acrópolis, su anfiteatro, su ágora (donde, como sabemos, los antiguos practicaban la democracia real ya) pero también con su bouleuterion (que era donde debían de practicar el lo llaman democracia y no lo es); las otras con su descuidado urbanismo de construcciones agolpadas, las efigies de Atatürk y, por supuesto, las mezquitas con sus minaretes (que apuntan al cielo como bayonetas, como bien decían los versos por los que entrullaron a Erdogan). Lo que resulta llamativo es la falta de continuidad entre ambos tipos de ciudad. Es como si en estas tierras la Historia discurrida entre los tiempos de las colonias griegas y romanas y la Turquía moderna se hubiera esforzado en no dejar huellas, a diferencia de lo que vimos en Estambul donde (¡sí, Pamuk, sí!) no se advierte ese paréntesis. Ignoramos su origen o si simplemente se debe a que no somos unos observadores lo suficientemente perspicaces.