sábado, 9 de julio de 2016

6. De progresivos y progresistas

Pasé el último finde en Barcelona con la excusa de un festival de rockeros progresivos, ya saben: gente sospechosa que ha escuchado más a Pink Floyd y a King Crimson que a los Beatles. Por la fastuosa obra del nuevo Consistorio del Cambio no me pregunten, aunque les diré que vi las Ramblas tan llenas de guiris prácticamente pickles como siempre. En cuanto al festival, les dejo aquí el tema con el que cerró el cabeza de cartel, Steven Wilson.  Si tienen ocho minutos que perder, escúchenlo, vale la pena:


Antes de ir a lo que iba (porque esto no es un blog musical, por si no lo habían notado), señalaré la presencia en el festival de los franceses Magma, que cantan en un idioma inventado. Mérito doble éste siendo como son franceses, y triple si se considera que lo llevan haciendo desde 1969.

Lo que yo quería contar, no sé muy bien por qué, es que coincidí en el aeropuerto a mi vuelta con Raül Romeva. Se acordarán de él: un excomunista al que pusieron al frente del fallido movimiento Catexit hace mucho tiempo (político), antes de la convulsión británica y la era del cambio que viene oh oh. Alto hasta para mí, de espalda recta y ancha enfundada en una chaqueta impecable, por un milisegundo estuve tentado de acercarme a saludarle y a hacerle una de esas preguntas que siempre he querido hacer a estos supuestos progresistas que se ponen a la cabeza de  movimientos secesionistas o soberanistas, por definición insolidarios: si se sigue considerando de izquierdas. Seguramente no lo hice porque estaba demasiado concentrado en terminar de procesar la cerveza del día anterior... o quizás simplemente estaba demasiado cansado de reformular esa pregunta, que es la pregunta de siempre. Quizás me habría animado de haber haber tenido a mano un admirable artículo que publicó unos días después Félix Ovejero en El País, y en particular este párrafo a propósito de los soberanistas de Podemos, señalando...
... la frívola despreocupación con que Podemos suscribe desde siempre —en eso no ha cambiado— ese extravagante derecho a decidir (“de las distintas naciones”), que inutiliza todas sus otras propuestas. La defensa del Estado de bienestar, de la sanidad o la educación resultan trampantojos cuando unos ciudadanos pueden decidir que la redistribución no va con ellos; que la caja común de la Seguridad Social deja de serlo; que una parte del país de todos, los hospitales, las universidades o los trabajos, solo quedan abiertos para unos pocos. Los problemas que ya experimentamos con las tarjetas sanitarias plurales o con esas exigencias lingüísticas que importan más que doctorados al encontrar trabajo, pero a lo bestia. Podemos, como otros antes, puede contentar a parroquias locales; eso sí, a fuerza de desmontar su proyecto. Una historia clásica de nuestra izquierda. “Cada uno es responsable de su parte y nadie es responsable del estrago”, escribía un poeta.

Habría estado bien, en definitiva, poder acercarse a Romeva señalando estas líneas y pedirle, educadamente, que las rebata si es que puede.

Pero en fin, no se dieron las circunstancias adecuadas. Probablemente fue para bien, porque estuvimos atrapados en el aeropuerto varias horas y la cosa podría habérsenos ido de las manos y haber acabado fundando un partido. El caso es que muy probablemente habría dejado pasar todo esto si hace poco no me hubiera encontrado con un texto de Daniel Gascón, elocuentemente titulado La disposición conservadora (celebrado también por Espada). Un resumen de las razones de los conservadores expuesta por el pensador Michael Oakeshott que resulta especialmente pedagógico y necesario en estos tiempos: basta ver algunas reacciones a la reciente victoria del PP para convencerse de ello. Pero casi tanto mérito como la exposición de argumentos tiene el encuadre de Gascón, del que resalto este párrafo:
 Yo no soy políticamente conservador. Creo que muchas tradiciones contribuyen a la opresión y reprimen la libertad individual y a veces los gobiernos deben ir un poco por delante. Los símbolos del conservadurismo están lejos de mi educación sentimental, de mi socialización política y de mis referentes culturales.
Un párrafo que resume bien el motivo por el que merece la pena ser progresista, pero que también señala la trampa mortal del progresismo y de cualquier otra ideología: los símbolos. A los que tanto apego tenemos, porque forman parte de nuestra educación sentimental. Por eso muchos prefieren dejarlos intactos, aún a cosa de sacrificar en su lugar los principios. Este párrafo me hizo entender que quizás Romeva, como tantos otros, vivan en medio de sus brutales contradicciones por un comprensible miedo a sacrificar sus símbolos. Hasta que lo entiendan, o se lo hagamos entender, mientras que persistan las razones  que señala Gascón merecerá la pena seguir considerándose progresista. Y mientras haya artistas como Steven Wilson, me permitirán que lo diga para cerrar esta entrada, merecerá la pena seguir escuchando rock progresivo.